lunes, 10 de abril de 2017

PERDONE QUE INSISTA

De nuevo escucho a personas que cabalgan entre los cuarenta y los cincuenta que los jóvenes deben cambiar este mundo. Me sorprende escuchar estos postulados por varios motivos. Primero por la aparente convicción de quienes lo defienden, pues uno tiene dudas, en muchos casos, sobre la verdadera intención de esos pequeño burgueses acomodados de cambiar algo que les ha proporcionado un buen pasar y estar
En segundo lugar me llama la atención que unos tipos que han contribuido, de una u otra manera, a dejar a sus descendientes una sociedad peor (con menos posibilidades laborales, menos derechos...), se permitan el lujo de recomendar, a aquellos que han salido perjudicados con sus acciones, que hagan lo que ellos no han hecho, o han contribuido a deshacer. 
Por último, me pregunto si todos estos profetas de la lucha sin cuartel de los demás, estarían dispuestos a sacrificarse e implicarse en esa épica batalla contra las fuerzas del mal, que ellos no emprendieron en su tiempo, o que la hicieron en bares  o en algún cine fórum, donde se meditaba sobre aspectos totalmente prescindibles cuando se va a comprar a la panadería. 


El posibilismo, o la capacidad de adaptarse e integrarse en el sistema para medrar de y en él. Estos días he tenido ocasión de ver la cuestión desde dos perspectivas diferentes. Por un lado alguien que hoy estará en la reunión entre varios presidentes de Gobierno del Sur de Europa y me hablaba de uno de ellos,  al que más conoce (no es Rajoy), que convirtió todas las esperanzas de los ciudadanos de sus país, apabullado por la crisis, en un discurso hueco, encaminado a ocultar el giro de su política y la claudicación ante lo que repudiaba cuando llegó al poder. El lema que reza: mejor cambiar un poco que nada, es una falacia para no cambiar nada.
De igual manera, alguien me comentaba que las negociaciones sindicales son muy arduas y que nadie sigue a los sindicalistas... Cuando me contaban estos me acordé de una cosa muy graciosa, o no, y real que me contaba una amiga, que sé sigue leyendo este blog. Un saludo. 
No me voy a líar con dedicatorias y voy a contar al lector la anécdota. La cosa discurrió, más o menos, así: Una persona con mucha relación con mi amiga era empresario.  Durante la Transición, creo recordar que fue por aquella época, los sindicatos tenían mucha fuerza y obligaron a negociar a los empresarios de ese sector una subida salarial para los trabajadores que representaban. Los empresarios no debían tener mucha costumbre y el que conocía mi amiga tampoco. Esta incertidumbre generaba en él mucha zozobra y un gran malestar cada vez que escuchaba la palabra sindicatos. Hasta que llegó el momento de sentarse a la mesa para negociar y descubrió que lo que los pérfidos sindicatos exigían para los trabajadores era, una cantidad que no llegaba a ser ni la mitad de lo que los empresarios hubiesen estado dispuestos a dar a los trabajadores. 
De nuevo el posibilismo. 
El posibilismo es la capacidad, o el intento, de acallar a los representados, repartiendo las migajas que los de arriba quieren, y deber, dar, para que el gallinero no se alborote en exceso.


Una persona, que trabaja para mejorar la vida de un tipo de personas muy desfavorecidas, que durante un cierto tiempo ocupó y preocupó mucho en los medios y a todo tipo sensible, me narraba una experiencia personal anecdótica, que nada tenía que ver con su trabajo. El asunto se podía resumir de la siguiente manera: por el pretendido respeto a un número minoritario de personas, la gran mayoría no había podido realizar algo que le agradaba. La persona que me contaba el hecho y yo coincidíamos en que ha llegado un momento en el que se pone más cuidado en no ofender, o presuntamente ofender (los niños marroquíes se lo suelen pasar muy bien en las fiestas de Navidad de los coles, por ejemplo), a determinados colectivos que en la finalidad de lo que se hace y que esta finalidad, adaptada en el fondo o, lo más probable, en la forma, puede llegar a todo el mundo. La existencia de una Policía Moral, sin uniforme, pero con herramientas como los medios de comunicación  y las redes sociales, contribuye a vivir imbuidos en el miedo y, desde un punto de vista sociológico, en el ridículo de las formas. No se trata de arrinconar a nadie, pero esas personas que, por circunstancias pertenecen a lo que se pomposamente se denomina minorías, tampoco deben condicionar el funcionamiento de todos los demás. 


Hace unos días pensaba en lo agradable y lo fácil que me resulta estar con ciertas personas y cuando escribía esta entrada pensaba: existe un posibilismo real, el de estar con aquellas personas que te ayudan a sonreír y las haces sonreír, que te escuchan y necesitan ser escuchadas, que hacen eso porque, ante todo tienen una prioridad: llenar sus vidas. Tal vez ese sea el verdadero posibilismo. La posibilidad de pasar por aquí disfrutando junto a otras personas.


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