lunes, 12 de junio de 2017

GENTE DE ORDEN

"La característica principal del hombre-masa
no es la brutalidad y el atraso,
sino su aislamiento 
y su falta de relaciones sociales normales".

Hanna Arendt

Cuando utilizamos el concepto gente de orden nos referimos, por lo general, a personas conservadoras, en cualquier sentido que esta palabra pueda adoptar. No sé porque extraño mecanismo, cuando utilizo este término me viene a la cabeza la imagen de un tipo de unos sesenta y pico años, con bigote fino y gafas oscuras. Puedo asegurar al amable lector que no se trata de una invención ni de ningún recurso para llenar unas líneas de esta entrada. Aunque sí he de decir que a esta característica fisonomía con la que identifico a la gente de orden, en los últimos tiempos se ha unido otra, que, en muchos aspectos, nada debe envidiar al prototípico émulo de Franco: el de los tipos que, también con una cierta edad, la cuarentena o la cincuentena, buscan satisfacer, bajo un manto distinto, sus instintos menos confesables.
Si existiese un manual diagnóstico que nos permitiese identificar las características más sobresalientes de una persona de orden, además de la indumentaria, aparecerían características como: búsqueda de un entorno social permanente, con el menor número de cambios sustanciales posibles; o impulsar un código legal, represivo, que castigue con dureza, con saña si resultara preciso, a aquellos que no concuerden con las ideas de orden o, necesidad de polarizar la sociedad entre buenos o malos; por no olvidar el clasismo y la necesidad de sustentar esas ideas en un ideal mayor y difuso, como puede ser la patria, la religión u otros, más de moda y mejor aceptados, como veremos durante el desarrollo de esta entrada. 
Leídos con detenimiento, los items anteriores parecen definir a un tipo de persona que, no sólo en nuestro país, existe y empieza a dejarse ver sin ningún tipo de tapujos en nuestra sociedad. Sin embargo, se debería considerar un espejismo pensar que sólo en el bando del racismo/nacionalismo/fascismo... existe gente de orden. Al contrario, existe tanta o más gente de orden en la facción de la sociedad que dice (este verbo resulta mucho más importante de lo que pudiese parecer) situarse frente a estos tipos que asociamos con esa forma de ver el mundo. Vamos a analizar los porqués.
En este país, hace unos pocos años, surgió una fuerza política que se proclamaba de izquierdas o socialdemócrata, entendido tal concepto como se entendía en los años sesenta o setenta del siglo pasado. A nadie se le escapa que la reacción ante este fenómeno de la gente de orden de toda la vida de dios, fue, y es, virulenta. Pero, a nadie se le escapa que a una parte de la recua que se sitúa frente a los del bigote fino, la irrupción de un partido, cada vez más conservador, como Podemos, les supo a cuerno quemado. La posibilidad de cambiar algo, empezando por el sistema turnista, planteó un serio quebradero de cabeza a aquellos que defienden la estética como fuente de todo bienestar y que, en el fondo, comulgan, de buen grado, con lo sustancial que sustenta el sistema. 
La gente de orden, con o sin bigote, recurre siempre a las injusticias que se cometen para intentar que se promulguen leyes punitivas, que defiendan los intereses de los colectivos damnificados, o presuntamente damnificados. Para ello, como ya traté en otra entrada, utilizan casos particulares, reales o no (eso importa poco) y los asocian a una idea general, a una pretendida situación generalizada por doquier. Con ello se busca la aparición de leyes sancionadoras. Con ello se busca el castigo. Y en eso, los petrimetres del Grupo PRISA, o Ignacio Escolar, no se diferencia de Jiménez Losantos o de Carlos Herrera. El castigo, la pena por, de manera real o figurada, infringir los códigos impuestos, o que pretenden imponer, unos y otros es la base de todo. 
Cuando escribo esto no puedo evitar pensar en esa mentalidad católica de unos y otros, que no se basa en el perdón o la redención, sino en la mentalidad nacionalcatólica basada en el castigo; en la pena terrenal o eterna. Y no puedo evitar pensar en que unos y otros poseen, y utilizan, esa mezquina y rastrera forma de afrontar la vida, creando buenos y malos. Los míos y los otros. Los de mi moral y los de la otra moral. Porque, sí, querido lector, los que se sitúan frente a la gente de orden de toda la vida sólo buscan imponer una moral, imponiendo un castigo (que, por supuesto, ellos no van a ejecutar) a aquellos que no comulgan con sus postulados. Pero, lo más importante, es que estos predicadores de lo correcto, no juzgan a personas que, en un momento u otro han cometido un delito, real o de los creados por ellos. Estos tipos hablan de personas que tienen un rasgo de comportamiento inmutable todos son radicales, machistas, antisistemas, violadores... En otras palabras, se trata de personas que toda su vida van a ser eso, y que, toda su vida está marcada por un acto, o varios. No existe la capacidad de redención (haga el lector la prueba con el caso de la violencia de género se habla de cambiar mentalidades, pero no se habla de gente que se redima) y de cambiar. Existe sobre todo la necesidad de castigar conductas. De castigar a personas por robar dos carros en Mercadona o por devolver los insultos a la pareja en una discusión (merece la pena leerse la ley y ciertas sentencias sobre violencia de género). Se trata de castigar, de castigar y de crear una sensación de caos generalizado para asustar a la gente y poder imponer esa ansia de imponer el orden.
El castigo, la imposibilidad de reformarse, de integrase en la sociedad porque tal persona ha sido condenada por tal o cual cuestión. Lo siento, pero la gente de orden, me da igual los que reconocen que son de derechas, como los que son de derechas, pero dicen ser progres, sólo desea castigar a los distintos, imponer sus ideas de orden, bajo excusas varias.
Bajo todo ello subyace la idea de que unos y otros no quieren cambiar nada ni interesarse por mundos que no sean los suyos, de los que no están dispuestos a alejarse ni un milímetro.
Querido lector, imagino que todos tenemos un poco de gente de orden, pero a mí me preocupar juzgar a la gente no por lo que hacen, ni por lo que pueden llegar a hacer y ser y por su capacidad de cambiar. Me preocupa que ideas zafias, que interesan a unos pocos, y que viven muy bien gracias a ellas, condicionen lo que yo llegue a pensar sobre ciertas personas. Prefiero perder un poco de tiempo de mi vida en observar a la gente y conocer por mí mismo. Prefiero no hablar de castigos y de gente buena o mala. Prefiero hablar de conductas que no me gustan y de que conductas que me gustan. De puntos fuertes y de puntos débiles y no de sistemas de valores que dictan coordenadas en la forma de vivir y de interpretar la vida, que, en ocasiones, sólo se llevan a cabo de cara a la galería y de boquilla. Hipocresía por interés o por miedo al qué dirán.
Un saludo.

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