domingo, 8 de octubre de 2017

MICRORRELATOS

Un adiós concluyó la llamada. En ese momento sabía que había conseguido lo que pretendía: acabarían viéndose, aunque, por más que se lo preguntaba, no sabía para qué. ¿Qué le impulsó a iniciar todo ese proceso de búsqueda? Siempre se había respondido que debía disculparse por su comportamiento, por poderla haber hecho daño, pero comprendía que todo volvería a ocurrir de la misma manera cuando se volviesen a tener el uno frente al otro y no sabía amarla para que todo discurriese de otra forma.



De nuevo volvió a preguntar por una mujer. Él se sintió incómodo. Mucho más incómodo aún cuando comprendió que esos celos impedirían que ella disfrutase de él, como él deseaba desde hacía tiempo.


Su vida se encontraba compartimentada entre el deber y el caos. En ocasiones pensaba que debería sentar cabeza, entregándose en cuerpo y alma al deber hacia sí mismo, hacia lo que se esperaba que hiciese de acuerdo a su edad. Pero, en esas ocasiones, se acordaba de la traición, del dolor y de esa necesidad de comerse la vida, a veces con gula. Entonces se imaginaba muriendo solo y anciano en una sala aséptica de hospital y sentía como una orden de su cerebro le impulsaba a abordar el siguiente reto que se había propuesto.



Había defendido mucha veces que la vida no era corta. Al contrario. Pero un día se acordó de un par de personas que conocía y cambió de parecer: la vida es eterna, para quien día tras otro hace siempre lo mismo.



Demasiado alcohol la noche anterior, con la consecuencia esperada: una resaca que durante todo el día no le abandonó. Sin embargo, hubo un momento, durante la tarde, en el que la imagen evocada de sus ojos verdes, de su belleza salvaje y de sus piernas receptivas acalló todo lo demás y tronó la necesidad de volver a verla, aunque sabía que resultaba de todo punto imposible en ese momento. Abrió una cerveza y castigó un poco más su cuerpo. Sabía que, tarde o temprano, ella leería esta historia y, dónde estuviese, esbozaría una sonrisa. 



Le había preguntado cuándo se había fijado en ella. La verdad es que hacía bien poco, esa fue sus respuesta. 
Unos días después él le hizo a ella la misma pregunta. Ella no respondió de manera directa, pero habló de lo que se rió con un hecho que hacía bastante tiempo que había ocurrido, del que él apenas se acordaba. Entonces supo que ella llevaba bastante tiempo enamorada de él y que ella había tenido la suficiente paciencia y habilidad como para cazarlo.  



Depositó la flor sobre la lápida y volvió a tener la impresión de que su muerte había servido para borrar las sombras de su personalidad. Luego, una vez más, pensó que todo era una excusa para mitigar el dolor que le seguía produciendo su pérdida. Le vino a la cabeza su imagen amortajada y las lágrimas que derramó en ese momento, entonces supo que el dolor, que aún sentía, le había hecho, de manera paradójica, sentirse mejor consigo mismo y ser más feliz.

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