sábado, 21 de octubre de 2017

NUESTRAS CONTRADICCIONES

"Mi espejo, más profundo que el orbe.
Donde todos los cisnes se ahogaron..."

El espejo de agua. Vicente Huidobro

Hace no mucho tiempo escuchaba a alguien, se supone que con estudios, hacer una aseveración que me dejó perplejo: "Me ha reconocido que juega a juegos de rol". Aunque el lector no pueda saberlo, la persona que dijo esto lo asociaba a algo malo, casi satánico. 
Antes de seguir me gustaría aclarar que siempre he pensado que aquellos que se pasan la vida frente a un tablero, con dados de infinidad de caras y cartas que contienen instrucciones me parecen un poco frikis, lo que no es ni malo ni bueno. Se trata de un juego sin más. Aunque reconozco que donde esté un buen mus  con sus faroles, sus señas y sus órdagos que se quiten elfos, orcos y demás personajes de Tele 5.
Dicho lo anterior, me gustaría completar la escena del primer párrafo, añadiendo que la persona que atribuía a los jugadores de rol una maldad inherente se caracteriza por su fervor religioso. 
Existe la posiblidad de que el lector ya haya anticipado lo que pasó por mi sesera cuando escuché la frase que nos ocupa de labios de aquella persona: "¡Con dos cojones! Tú le pides a un trozo de escayola o de madera, con forma humana, que cambie las cosas de tu vida y criticas a alguien por llenar su tiempo de ocio con un juego, en el que la realidad y la ficción están bien diferenciados". No lo pensé de manera exacta con esas palabras (no debeŕía haber puesto comillas), pero el mensaje que pasó por mi cabeza en esos momentos era el mismo.
Al día siguiente, o al siguiente, el asunto volvió a mi mente y, dando vueltas al tema, volví a pensar en un tema recurrente en mí: la gran cantidad de contradicciones que existen en nuestra vida. Contradicciones con las que convivimos a diario y que, en ocasiones, son necesarias para desempeñar nuestros diferentes roles sociales.
Voy a poner un ejemplo que, casi seguro, a todos los que somos, y ejercemos, de padre o de madre nos ha ocurrido.
Yo ya no fumo, pero si lo hiciese le recomendaría a mi hijo que no fumase jamás. Como padre es mi obligación cuidar por la salud de mi hijo, evitando que adquiera hábitos nocivos. Sin embargo, como adulto me saltaría a la torera lo que considero bueno para mi hijo. Una pequeña paradoja que no alteraría de manera sustancial mi vida, pero que está ahí.
Los dos ejemplos de contradicción que han aparecido en esta entrada se diferencian en algo sustancial. El segundo se basa en desear ayudar a otra persona, aunque el que ayuda se esté fastidiando por no hacer lo que predica. Somos humanos y tenemos estas cosas. Sin embargo, el primero parte del desprecio hacia el otro y de no darse cuenta de que aquello que se cree no resulta mucho más razonable que lo que se critica en el otro.
En el hecho que expuse al principio de la entrada no me cabe duda de que, además de una sensación de supremacía moral, existía una profunda ignorancia, y no precisamente por no saber en que consiste un juego de rol. Ignorancia por medir todo con un rasero, por lo general, obtuso y basado en el odio hacia lo diferente. Ignorancia fundamentada en la descalificación total de aquello que no nos resulta atractivo o comprensible. Ignorancia basada en la necesidad de cercenar todo aquello que pueda suponer novedad o alternativa.
Por desgracia, en estos días extraños que nos tocan vivir lo que  predomina es la alternativa de la contradicción basada en la ignorancia, en la descalificación general de aquello que no cumple con nuestra expectativas. No pretendo que se acepte todo como bueno. Ni que se deje convencer uno por los argumentos del otro (creo que no es necesario convencer a nadie). Se trata de dar argumentos a favor de lo nuestro, no de descalificar al otro. Construir y, por supuesto, de pensar que lo que nosotros criticamos puede ser muy parecido a cuestiones que nosotros tenemos asumidas como correctas.
Nuestras contradicciones, que todos tenemos, son un reflejo de lo quiénes somos y de como vivimos en este mundo.
Un saludo.

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