domingo, 1 de abril de 2018

LA PERSPECTIVA (RELATOS CORTOS)

Salió de casa enfadado. La enésima discusión con su padre. El  paso del tiempo, la vejez, le había agriado el carácter, aún más. Se detuvo tras bajar el primer tramo de escaleras. Volvió sobre sus pasos. Abrió la puerta. Buscó a su padre y le dio un beso, antes de despedirse hasta la próxima visita. Desde hace un tiempo, pensaba que cada una de esas visitas, espaciadas en el tiempo, debido a los más de trescientos kilómetros de distancia que los separaban en el día a día, podía ser la última en que viese a su progenitor con vida y no deseaba que azotara su memoria que el último contacto con su padre vivo hubiese sido una discusión.





Se asustó ante la facilidad que tenía en los últimos tiempos para enamorarse y desenamorarse. La pregunta que surgió de manera inevitable fue: ¿Volvería a encontrar a alguien de quién enamorarse sin condiciones?


Se asustó ante la facilidad que tenía en los últimos tiempos para enamorarse y desenamorarse. La pregunta que surgió de manera inevitable fue: ¿Alguna vez había estado enamorado de verdad?


Se asustó ante la facilidad que tenía en los últimos tiempos para enamorarse y desenamorarse. La pregunta que surgió de manera inevitable fue: ¿Tanto le asustaba la soledad?


Se asustó ante la facilidad que tenía en los últimos tiempos para enamorarse y desenamorarse. La pregunta que surgió de manera inevitable fue: ¿Tenía necesidad de enamorarse de alguien?





De vez en cuando iba al cementerio a recordarla. Ponía una flor viva o varias de plástico para reponer las que se ajaban con el viento, el agua o el sol. Nunca mostró una afición a moverse entre tumbas ni a recordar a los muertos con flores, pero en los últimos tiempos eso había cambiado. Incluso había encontrado cierto placer en componer macetas con flores de plástico de diversos colores y formas, que simulaban a las reales. Cuando terminaba sus composiciones florales siempre sobraban varias. En un principio acababan en uno de los contenedores del recinto sacrosanto, pero un día tuvo una idea que, a partir de ese momento, puso siempre en práctica. Cerca de la sepultura que el visitaba había otras sin tanto boato. Una cruz constituía el único recordatorio de que alguien había existido en algún momento no muy lejano. Con un par de excepciones jamás había nada que hiciese pensar que alguien se acordaba de quienes allí estaban enterrados, entonces él decidió, de manera aleatoria, que esas flores sobrantes acabasen sobre uno de esos nichos. Ese pequeño acto, sabía que absurdo, le proporcionaba la impresión de que contribuía a que el olvido que sufría esa persona se detuviese durante un corto espacio de tiempo.





Sujetaba su fusil de asalto, apuntando al solitario hombre cuya figura rompía el blanco de la pared situada a escasos centímetros de su espalda. Escuchó la orden: ¡Fuego! y, cerrando los ojos, disparó hacia aquel cuerpo maniatado, aún vivo.


Sujetaba su fusil de asalto, apuntando al solitario hombre cuya figura rompía el blanco de la pares situada a escasos centímetros de su espalda. Escuchó la orden: ¡Fuego! y, cerrando los ojos, desvió la bocacha de su arma lo suficiente para saber que él no sería quien acabará con la vida del condenado.


Sujetaba su fusil de asalto, apuntando al solitario hombre cuya figura rompía el blanco de la pared situada a escasos centímetros de su espalda. Escuchó la orden: ¡Fuego! Disparó con la esperanza de ser él quien acabase con la vida de ese miembro del ejército enemigo, que había acabado con la vida de tantos seres queridos. 


Sujetaba su fusil de asalto, apuntando al solitario hombre cuya figura rompía el blanco de la pared situada a escasos centímetro de su espalda. Escuchó la orden: ¡Fuego! Disparó y, acto seguido, pensó que había perdido de la cuenta, hacía ya unos meses, de cuantos hombres había matado durante ese conflicto. 






En el instante que cogió, con la torpeza del padre novel,  por primera vez a su hijo recién nacido comprendió que las palabras resultan innecesarias e insuficientes para ciertas cosas.





Cuando todo acabó entre ellos, él lloró durante días.

Cuando todo acabó entre ellos, él se sintió liberado.

Cuando todo acabó entre ellos, él ya pudo dedicar todo su tiempo a la mujer a la que de verdad amaba.

Cuando todo acabó entre ellos, él sintió que aún la seguía amando. 

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