domingo, 13 de mayo de 2018

EL TURISTA DIEZ MILLONES

Hace unos días, visitando un Parque Nacional que tengo muy cerca de mi casa, viajaba en un autobús que me permitía acceder a uno de los lugares de dicho parque. Un fulano, que no era del lugar, apostaba por cobrar una entrada simbólica, cinco euros, para poder acceder al Parque Natural y contribuir a su conservación. Uno, que ya está un poco cansado de visionarios e imbéciles varios, intervino en la conversación que el recaudador frustrado mantenía con el conductor del microbús en el que viajábamos, para recordar al émulo de Cristóbal Montoro, que yo, y casi seguro que él también, ya contribuimos con nuestros impuestos a que ese magnífico lugar se conserve en perfecto estado.
El hombre no se dio por aludido, pero su mujer sí y le hizo ver que alguien no estaba de acuerdo son su soflama de turista defensor de los sagrados y naturales sitios. El tipo salió como pudo del asunto y yo salí bastante cabreado, aunque se me pasó tras un minutos de insultos varios, eso sí, en voz baja.
Cuando perdí mi ofuscación entre alcornoques y el olor del cantueso y la jara, comprendí que el asunto daba para una entrada et, voila!



Creo que el sentir del sujeto que abogaba por una tasa para acceder a un lugar público no se trata de algo ajeno a otras muchas persona, que, por un extraño proceso mental, han llegado a la conclusión de que quienes pagan una pequeña cantidad van a ser más respetuosos que quienes acceden a los lugares de manera gratuita. O, en otras palabras, si tienes dinero mostrarás más respeto hacia las cosas que si no lo tienes. Una visión del triunfo y de éxito (aunque el éxito sea trabajar como una mula para poder viajar una o dos veces al año, renunciando a vivir cinco o seis días a la semana, en lo que se vive para trabajar) traslada a un producto de consumo: viajar. Un producto de consumo que, además, sirve para dar estatus. Existe un número apreciable de personas cuya mayor preocupación cuando visita un lugar es desenfundar su móvil y disparar a quemarropa fotografías de todo, con selfies incluidos, aunque no se sepa que coño se fotografía. Da igual un cuadro de Tiziano, que la restauración del Cristo de Borja. Todo suma para fardar ante las amistades a la vuelta del periplo vacacional.
Antes de continuar me gustaría aclarar que no intento de intelectual ni de tipo elitista que sabe de todo o que sabe mirar las cosas como nadie cuando va a un lugar. No, nada de eso. Lo que intento transmitir es que el turismo se ha convertido en otro objeto de consumo, de ese consumo de usar y tirar, donde lo que importa es lo que se posee, no como se usa.  En el caso del viaje lo importante es el relato, apoyado por las fotos realizadas en un móvil de última generación, de la gran cantidad de sitios visitados, en muchos casos a uña de caballo.





Como consecuencia de lo expuesto en el párrafo anterior, también hay una necesidad, por parte de ciertas personas, de exhibir la capacidad económica, la capacidad para ser "distinto" a los demás, cuando en realidad está mostrando su incapacidad para comprender que no por pagar por ver lo que es de todos se van a conservar mejor las cosas. Esa idea de pagar por todo, neoliberal hasta la médula, lo único que denota es que quien la defiende consume turismo, no realiza turismo por el mero hecho de salir, ver, conocer, sino por transitar, por narrar que él estuvo allí. Pagar por algo no te va a hacer disfrutar más de ello, sólo te va a aligerar el bolsillo, consiguiendo, casi seguro, que parte de ese dinero vaya a los propietarios de una empresa privada que gestionara ese acceso. Te hará más pobre y a unos pocos, a los de siempre, un poco más rico.
También existen otros individuos que confunden la masificación turística, en especial de ciertos lugares naturales de especial belleza, que implica una necesaria regulación del acceso para su preservación, con pagar por acceder. No es necesario que por acceder a una playa o a un camino de montaña de manera regulada y con cita previa, se deba pagar. Sólo se trata de preservar esas zonas, no de hacer negocio con quien va a ver el patrimonio natural, que lo es de todos los habitantes del planeta y, por ello, se debe preservar, no privatizar.
Aquí volvemos a lo tratado con anterioridad: si la gente paga debe molar mucho. Pues sí, pero también existen otros mil rincones, mucho menos transitados y sin pago por acceder, que resultan, al menos, tan fascinantes como los de pago. Pero, con el esnobismo turístico hemos topado y con la mentalidad de que nos pueden hacer pagar por todo. Así nos va.




Cuestión aparte es la de la masificación del turismo, en especial en los meses estivales, en algún otro período vacacional y en puentes (esos que iba a quitar Rajoy para que produjésemos más, como defendían los imbéci... digo los expertos economistas). Como he repetido varias veces en esta entrada, viajar se ha convertido en un producto más de consumo y, además, en un derecho de todos los ciudadanos. Estos dos aspectos conllevan que todos nos movamos por cualquier lugar y muchos por aquellos lugares más publicitados (la publicidad forma parte de las estrategias consumistas), pudiendo llegar a saturar ciertos, muchos, lugares. Por supuesto esto genera incomodidad, tanto a los lugareños como a algunos visitantes, a los que nos les gusta las colas, los apretones...
Los movimientos que han surgido en los últimos tiempos abogan por un control de este turismo, pero, como ya dije en una entrada anterior, este movimiento (moderno según ellos, aunque basado en ideas antiguas de "revolucionarios" como Jiménez Losantos) pretende limitar este flujo. Es obvio que esas medidas nos van a afectar a usted y a mí, querido lector, que no disponemos de los recursos suficientes para viajar cuando nos salga de ahí y alojarnos en sitios de alto nivel, contra los que parece nada tienen los puritanos antiturismo. Pero, eso es otra cuestión.
Tal vez, la historia de profundidad sea determinar para qué coño nos movemos de un lugar a otro y si merece la pena pasarnos nuestras vacaciones haciendo colas para ver un museo, una iglesia o catedral (por la que tienes que pagar entrada, aunque se haya restaurado con dinero público, de todos) o para...
Tal vez el truco sea cambiar "yo he estado", por "me impresionó tal o cual cosa y me detuve diez, veinte minutos ante ella".
Un saludo.

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