sábado, 11 de noviembre de 2017

INFANTILISMO VITAL

"La alegría y el dolor
no son como el agua y el aceite,
sino que coexisten"

José Saramago



Cada día que pasa tengo más la sensación de que existe una parte del personal que asimilan la vida a una serie de Netflix o a una película, bien de acción bien romántica. Héroes, finales felices tras decisiones arriesgadas, romances tórridos y perfectos... y todo aquello que el lector se pueda imaginar conformar la exigencia de vida de ciertas personas. Pero, por suerte o por desgracia, la vida la hacemos seres de carne y hueso, que vamos al baño a evacuar, que erramos, que tenemos sentimientos y que no siempre acertamos a tomar las decisiones que, a posteriori, resultan ser las correctas.
A veces, como en esta ocasión, cuando voy desarrollando la entrada van surgiendo ideas que completan lo que quiero transmitir. En este caso la idea que ha aparecido tiene que ver con la importancia de los medios de comunicación (que no de información) para conformar esta mentalidad tendente a exigir una vida perfecta (siempre la de los demás). Nos han inculcado a sangre y fuego que todo debe ser maravilloso, cuando nuestra vida es una sucesión de cuestiones rutinarias y, en ocasiones, sin sentido alguno y que los errores son cosas de chapuceros, inútiles o incompetentes, que cierran el paso a los verdaderos héroes, que sufren en silencio, como si se tratase de un anuncio de hemorroides. Por supuesto, todo ello sin movernos de nuestro sillón o, como mucho, yendo a gastar dinero para superar nuestra tristeza o nuestra "depresión".
Podemos unir a ello el concepto de la vida concebida como un espectáculo en el que no nos puede ocurrir nada malo. No sé si el lector habrá visto las imágenes de un atraco que ocurrió hace unos días,  creo recordar que fue en una población asturiana, en la que uno de los ladrones acabó suicidándose. La noticia, casi seguro que habrá quedado sepultada por la "actualidad", pero a mí hubo algo que me llamó la atención, que ilustra a la perfección lo que deseo transmitir. Veamos lo que ocurrió: una mujer que va conduciendo se da cuenta de que algo ocurre en la calle y dice: "Esto no me lo pierdo", mientras graba la escena con su teléfono móvil. La siguiente toma que emitieron fue a esa misma mujer aterrada, dentro del coche aparcado al lado del lugar donde los guardias civiles, pistola en mano, hacen frente a los atracadores. Se escucha a la intrépida reportera pedir que la dejen ir porque tiene que hacer algo. El agente la conmina a no moverse porque corre peligro. Se acababa de meter, de manera voluntaria, en medio de un atraco con rehenes, armas de fuego y negociador, como en las películas de acción. Pero, a diferencia de éstas, aquí las balas eran de verdad y hubo un muerto de verdad. Por suerte todo acabó bien para ella.
Esta escena, real, da una idea del sentido que cierta gente le da a la vida, concibiéndola como un espectáculo que se puede emitir en directo, donde nunca ocurre nada malo. Hasta que ocurre.
En el fondo, nos han vendido una especie de Show de Truman, en el que, además de espectadores, nos empeñamos, o se empeñan, en hacer de Truman. Pero, por suerto o por desgracia, no somos actores ni lo que nos rodea es un decorado o un conjunto de actores. Vivimos en un mundo donde existen los prejuicios, la maldad, el egoísmo, el dolor, la traición, la violencia, la enfermedad, la muerte... Todo ello está en la esencia del ser humano y de la sociedad conformada por todos nosotros. Sin embargo, existe un empeño absurdo en que todo sea perfecto, en que no existan los errores, en que el mal se elimine aprobando leyes (de las que luego se quejan cuando se aplican), en que todos piensen como nosotros (que somos los que estamos en lo cierto). Pero todo eso sólo dice una cosa de quien piensa así: pontificar sobre lo divino y lo humano resulta muy fácil, en especial cuando se desconoce de lo que se habla, pero implicarse en las soluciones resulta mucho más complicado, porque, entre otras cosas, requiere esfuerzo. Mover el culo del sillón y los ojos de la pantalla del móvil.
Resulta muy fácil tratar como niños a la gente. Basta para ello poner en solfa un tema, o varios, por lo general los mismos siempre, recurrir a lo visceral para plantearlo y al enemigo como cerebro del desmán por acción u omisión. Pero las cosas son más complejas, por mucho que Twitter, Whatsapp, Instagram o los periódicos digitales nos den la sensación de que nuestra opinión cuenta o puede solucionar los problemas de fondo.
Me vienen a la mente los incendios de Galicia y de Asturias, que sirvieron para que los de siempre se cebasen con los de siempre. Un incendio forestal de grandes dimensiones, más con las condiciones que se daban, resulta algo difícil de controlar, como lo demuestran los incendios recientes en Portugal o California, que además de más extensos se han cobrado un número de vidas significativo. Pero aquí los expertos en incendios de las redes sociales conocían las causas y las formas de evitarlos y/o apagarlos. Seguro que si a esos expertos se les pregunta cuál es la época de quema controlada de su comunidad autónoma o cómo proceden los encargados de desbrozar el monte nos podrán dar una lección magistral o cómo deben actuar los bomberos forestales cuando arde una construcción habitada responderán sin dudar. 
Gente dando lecciones de todo y otra gente viviendo como en el Show de Truman, porque la vida debe ser de color rosa y todo debe ser chachi. Pero lo malo está ahí, aquí, un poco más allá, por mucho que lo queramos evitar.
Los alcornoques tienen una corteza ignífuga, porque en el clima mediterráneo que tienen su hábitat los incendios forestales han existido siempre y este tipo de árboles han encontrado ese sistema para protegerse de uno de sus enemigos. Nosotros, un poco más inteligentes que los alcornoques, hemos encontrado un sistema para protegernos: desvirtuar la realidad. Pensamos que nos podemos meter en medio de un atraco con rehenes. Creemos que la traición no existe, porque somos todos muy racionales y buena gente. Consideramos que la pobreza real es algo digno de lástima a erradicar y que nosostros combatimos  con nuestros buenos deseos y nuestros tuits. Defendemos que aprobando leyes, a veces injustas y que desconocemos, se van a acabar con todos los males del mundo. Odiamos a los que hacen mal y  deseamos que se pudran en la cárcelmmientras, a la vez, menospreciamos a quienes vigilan esas cárceles donde se encuentran los malhechores odiados por nosotros. Sabemos de todo, cuando ha ocurrido, aunque hasta que sucede un hecho no teníamos conciencia de que podía ocurrir. Cuidamos el lenguaje, pero no nos preocupamos de los sentimientos, cuando no les ridiculizamos.
La muerte está ahí, puede que cuando el lector lea esta entrada programada yo ya no exista (espero seguir viviendo). Puede que cuando el lector lea esta entrada no sienta dolor, sufrimiento; puede que no esté siendo traicionado; puede no estar siendo víctima de un error o estar cometiéndolo; puede que no esté enfermo él o algún familiar o conocido; puede que no esté siendo tratado injustamente; puede incluso que sea feliz en este momento. Pero también sé que cuando he enumerado todas las situaciones anteriores el amable lector ha rebuscado, de manera inconsciente, en su memoria y ha extraído situaciones ha vivido y que se ajustan a lo que he contado.
Yo no sé como se apagan los incendios ni como se arreglan las guerras. A mí no  me gusta grabar atracos ni ver culebrones sobre la vida de otros humanos que conviven conmigo. No concibo la vida como algo perfecto ni pienso que los demás deban serlo (basta con que cierta gente no toque los cojones). Sé que la vida tiene riesgos e injusticias y, tal vez por eso, por ese pesimismo vital, me encanta vivir, equivocarme, acertar, amar, sufrir, vaguear, luchar, acariciar, discutir, soñar, despertar, desesperarme, sonreír... Porque sé que nada es perfecto, pero en la imperfección existen cuestiones maravillosas.
Un saludo.



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