viernes, 29 de diciembre de 2017

MONÓLOGO DE FIN DE AÑO

Vivo con miedo. Lo reconozco. Miedo a hablar y ofender a alguien. ¿Que soy un exagerado? Voy a contar varias experiencias que he tenido en los últimos tiempos y me comprenderéis.
Hace una semana hablaba con una conocida, de esas modernas y progresistas. Estaba contándola que había quedado dos días después con una pareja de amigos para tomar algo y me respondió que si la pareja era gay. Mi respuesta fue negativa. Al menos cuando estaban conmigo no lo eran, aclaré, para aportar más precisión al asunto. Ya empezó la cosa a torcerse: ¡A ver si eres homófobo! ¿Quién eres tu para criticar la vida privada de tus amigos? ¡Acojonado! Estaba acojonado. 
Intenté parar el chaparrón diciendo que a mi no me importa con quien se acuesta la gente, que yo juzgo a las personas por sus hechos. ¿Para qué lo haría? Que si la forma de practicar sexo implica muchas cosas. Que si el misionero es un reflejo del heteropatriarcado opresor. Que si la mujer no tiene orgasmos se debe a una sociedad alienante y machista: que si patatín; que si patatán. Y entre misioneros, patatines y patatanes, represión sexual y cosas por el estilo yo me iba poniendo fino de vino y me vine arriba. Ahí volví a cometer un error grande, muy grande. Interrumpí el animado monólogo de mi conocida y dije: Mira, yo quiero hacer un trío y me falta una tía. Te apuntas. Nada más decirlo sabía que había metido la pata. Me vino a la cabeza la imagen de la mujer que tenía delante desnuda, como yo y como otra amiga, apartándome de ella, y diciéndome que los hombres no teníamos ni puta idea de hacer tal o cual cosa y haciéndola ella con mi amiga, para mostrarme como debía proceder.
La realidad es que, tras la propuesta, a ella se le cambió el semblante del rostro, dijo algo así como que tenía prisa y no he vuelto a saber nada de ella. Me joder porque, en el fondo, era una chica agradable y porque aún no he encontrado a nadie para completar el trío.
Un par de días después estaba tomando unas cañas con unos amigos y alguien empezó a hablar de Política. El alcohol y la Política no resultan buenos compañeros, a no ser que seas político profesional, que entonces sí debes beber bastante para decir las chorradas que dicen sin partirse de risa. Estábamos ahí con Cataluña, con Tabarnia, con los independentistas corsos y con otros temas de actualidad, cuando uno de los del grupo, al que apenas conocía, comenta que con Franco esto no hubiese pasado. Adivinad, yo ya había bebido unas cuantas cervezas y volví a abrir el pico, para mi desgracia: "Pero vamos a ver, ¿cómo puedes tener tanta ley a un tipo bajito, feo, regordete y con voz de pito? No sólo eso. ¿cómo puede fiarte de un tipo que sólo tuvo una hija, que no se parecía a él, en una época en que los anticonceptivos como que no abundaban? 
¿Para qué hablaría? Tres colegas agarrando al amigo de Franco. Yo diciendo que todo había sido una broma. Que en realidad pasaba de Política, que yo era vegano y budista. Se armó la de dios. Menos mal que pedí una ración de jamón ibérico, que pagué yo, y todo se tanquilizó. Seguí  notando cierta hostilidad en el seguidor de Franco cada vez que iba a coger un loncha de jamón, o eso creo, por que me preguntaba: ¿tú no eras vegano? Estuve a punto de contestar una vez: Como el maricón de tu hermano, pero, por una vez, me mordí la lengua y creo que hice bien, porque si poniendo en solfa la hombría de un tío al que no conocía en persona, como Franco, se puso así, no quiero imaginar lo que habría pasado si hubiese hecho algo similar con un familiar. Me limité a responder que sí, que era vegano los días impares de mes y ese día era par.
No sé si contar lo que me pasó tres días después, tomando una copa con otros amigos. Lo voy a hacer, por mi espíritu didáctico,  con la finalidad de mostrar a todo el mundo lo que no debe hacer.
Como he dicho andaba con un grupo de amigos y amigas, no puedo precisar si eran heterosexuales, homosexuales o del Betis, y, a medida que avanzaba la noche, la cosa se iba animando. Conversaciones informales, bromas, risas, lo típico cuando sales tras la puesta del Sol y no lo haces con una excursión del IMSERSO. En una de estas, con mi proverbial sentido de la oportunidad, se me ocurrió decir: "¡Donde esté un buen solomillo de ternera de Ávila, que se quiten todas las ensaladas!" ¡Rediós! Los americanos en Guadalcanal tuvieron menos problemas que yo. Una mujer del grupo, a la que había conocido esa misma noche, empezó a adquirir un color de cara escarlata, clavó una mirada asesina en mi y  dijo con un tono bastante ofensivo algo como lo que sigue: "Eres un bárbaro. No sabes lo que sufre un animal, que tiene derecho a la vida, para que un salvaje como tú se lo coma. Me gustaría que te hiciesen a ti lo mismo".
¡Acojonado! En un principio pensé que ese estado de enfado se debía a que ella o su familia tenían un negocio de venta de carne de ternera de Galicia o de Aliste, y que los de Ávila les hacían la competencia. Pero de inmediato caí en la cuenta de que lo que no le gustaba era que yo comiese carne. No sabía como reaccionar y lo hice retomando lo último que había dicho: "A ver, mujer, si me comiesen a mí serían canibales y eso no está bien visto. De todas formas, si fuésemos caníbales comerse un vegano sería lo más parecido a tomarse una ensalada". Acerté de pleno y gané una amiga para siempre. "¿Por qué no te comes a tu madre? ¡Eres un gilipollas! Seguro que votas a Ciudadanos... Una ristra de insultos y descalificaciones, de las que me dolió en especial lo de Ciudadanos.
El resto de personas no sabían si hablar, callar o pedir otra copa. Optaron por esto último. Y justo en el momento en que todo parecía calmarse se me ocurrió algo para destensar la situación. Me dirigí a mi nueva amiga vegana y, para crear un buen rollo, la propuse lo del trío (aún andaba dando vueltas a la negativa sufrida unos días antes). Media hora les costó a los del grupo convencer convencer a mi amiga vegetariana para que no me denunciara por acoso. ¡La madre del cordero, vegetariano! Menos mal que no llegué a proponerla venir conmigo a las Ventas a ver a José Tomás, para aprovechar las dos entradas que ve había dado un amigo.
No he vuelto a ver esa mujer, tal vez sea porque desde hace tiempo esos amigos no han vuelto a quedar, o eso me han contado.
No quiero aburrir a nadie y voy a por lo último, aunque tenga muchas más anécdotas que contar.
Un día tomando un café con una amiga me presentó a su novio. Un tipo bien parecido y educado. Los tres nos pusimos a conversar sobre lo divino y lo humano y se me ocurrió hacer hincapié en lo divino. Un inocente comentario como éste: "¡Qué cabrones los curas, que con el rollo de la inmatriculación se están quedando con todo por la patilla!" A mi amiga le cambió la expresión y me indicó, con mucha suavidad, que el tío de su nueva pareja era el Arzobispo de no sé dónde. ¡Vaya! ¡Nunca antes había conocido a un sobrino de un arzobispo! Sabía de sobrinas jóvenes de curas, que vivían con ellos, pero el género sobrino de arzobispo me era desconocido. El devenir de los tiempos, pensé. Intenté salir del apuro lo mejor que pude y cambié de conversación. La cosa iba bien hasta que empezamos a hablar del campo y de la vida en los pueblos. Los tres estábamos de acuerdo en que la despoblación era un hecho y yo hice notar que desde que habían disminuido el número de pastores ya no había apariciones de la Virgen como antes. Al sobrino del arzobispo no pareció hacerle mucha gracia la observación y se dirigió a mí, con cara de templario antes de entrar en combate, y me habló sobre el respeto a la fe de los demás y cuestiones similares. Yo intenté arreglarlo y contesté que por mi no había problema, que yo respetaba todas las fes. Es más si él lo creía conveniente yo estaba dispuesto a ejercer la profesión de pastor, para ver si se restablecía la tradición de las apariciones marianas. ¡No he visto nunca a un hombre de fe soltar tantos exabruptos! La siguiente vez que fuese a confesarse debió pedir confesión Premium, para poder contar al sacerdote todo lo que salió por esa boca.
No hay mal que por bien no venga, tras su reacción no se me ocurrió ni por asomo ofrecerle participar en el trío que nos queríamos montar su novia y yo.
¡En fin! Tengo muchas más cosas que contar, pero no quiero aburrir más. Sólo espero que lo que he contado les sirva o, si no es así, que, por lo menos, lo hayan pasado bien.

martes, 26 de diciembre de 2017

LA NAVIDAD

Un hombre bien vestido pidiendo dinero en un bar., con discreción y educación. Con la misma discreción y educación se aleja cuando se lo niegan. El dinero que recaudase parecía tener un destino: ser gastado en alcohol. En efecto, cuando termina su ronda se acerca a la barra del bar y le pide algo al camarero, que parecía conocer al cliente de antemano. Éste mete su mano en uno de los bolsillos del pantalón, saca varias monedas de diferente valor y busca la cantidad necesaria  para poder pagar la caña que un joven está sirviendo a través tirador de cerveza. 
Esta escena la observa un tipo de mediana edad, sentado al lado de otro de edad similar. Ambos le han negado un par de minutos antes dinero al hombre que ya tiene preparado el coste de la caña que está a punto de llegar a sus manos. El sujeto de mediana edad que se ha dedicado a mirar todo aquello se dirige a la persona que tiene frente a él y le comenta todo lo descrito hasta el momento. En ese momento se establece un diálogo, que, más o menos, discurrió de esta manera:
- He estado a punto de darle algo - responde el hombre que parecía mostrar menos curiosidad.
- Yo también. En el fondo ese tipo sí necesita el dinero - concluye mientras sigue observando al individuo de la barra que acaba de consumir medio vaso de cerveza de un trago.
- Nunca se sabe dónde podemos acabar - sentencia el más alto de los dos.
- Creo que le voy a dar algo - dice el hombre que no quita ojo al hombre del abrigo azul sentado en la barra, mientras coge una moneda.
Su amigo también saca dinero y le ofrece unas cuantas monedas para que escoja. Coge una moneda de igual valor a la que él ha seleccionado, se levanta y se dirige al hombre que minutos antes se había dirigido a ellos sin obtener nada y, cuando se encuentra a su altura, deposita el dinero y le dice en voz baja: "Para que tomes otra". No espera respuesta. Da media vuelta y vuelve a su asiento.
Los individuos que han ayudado al hombre que, tras vaciar de un segundo trago el vaso, ha abandonado el bar, se conocen desde hace mucho tiempo. No comparten ideas políticas ni religiosas, pero, cada vez más, tienen una forma de ver la vida similar: odian a los mercachifles del buenismo, saben, por experiencia, que la vida de es una alfombra de rosas y también comparten la idea de que el secreto de todo se encentra en vivir como se pueda y todo lo que se pueda.
Aprovechan el tiempo muerto del partido entre los Warrios y los Cavaliers, mientras suena de fondo Alone i break, para hablar sobre lo ocurrido. Ambos contaron anécdotas sobre personas necesitadas de una u otra manera y la expresión de extrañeza de cierta gente cuando se les había ocurrido ayudar con un poco de dinero a personas que pedían dinero, que sabían iba a ser destinado a alcohol o drogas. Lo que más les irritaba a ambos era saber que muchos de los que criticaban destinar un poco de dinero a gente enferma de alcoholismo o drogodependiente se consideraban a sí mismos como personas comprometidas y solidarias. Ambos sabían que algunos rasgos de su vida, criticable por mucha de esa gente de bien, era la otra cara de ese pensamiento. Odiaban a los tibios de corazón, que se amparaban en la palabra para no hacer nada.
Tomaron otra caña. Hablaron del futuro, de la soledad, de la educación de los hijos, del paso del tiempo, de lo divino y de lo humano hasta que agotaron su opinión realista/pesimista de la vida, momento en el que se pusieron los abrigos y salieron del bar. 
Un poco más adelante el tipo de menor estatura creyó ver al hombre del abrigo azul en otro bar, pidiendo. Entonces pensó en el sentido de ese día en el que se encontraban, el de Navidad, y llegó a la conclusión de que no existían días de Navidad o de Nochebuena. Sólo existen personas viviendo o malviviendo, que hacen un pequeño paréntesis durante estos días, si pueden, para volver de inmediato a vivir o a malvivir. Volvió a acordarse del tipo del bar y comprendió que para él la Navidad eran esas dos monedas que se estaría gastando en su enfermedad.

jueves, 21 de diciembre de 2017

IDIOTARIO (XCIII)

Compenetración: capacidad de dos personas para sincronizar sus deseos, especialmente cuando se trata de que una de ellas introduzca el pene en la otra.


Dieta mediterránea: necesidad de adelgazar que siente una persona cuando va de vacaciones a alguna playas mediterránea y ve su cuerpo enfundado en un bañador o en un bikini.


Empollón: persona muy estudiosa con un gran pene.


Espacio: en determinadas zonas, tranquilo. "Ve espacio, que no temos prisa".


Eternidad: período de tiempo que discurre entre el momento en que una persona se enamora para siempre de otra y el instante en que se desenamora de ella, por lo general también para toda la eternidad.


Morosidad: personas originarias del norte de África, que se caracterizan por no pagar lo convenido a su debido tiempo.


Pasta de dientes: dinero que gana un dentista.


Sílaba tónica: sílaba que se pronuncia con mayor intensidad. Cuando va acompañada de hielo, unas gotas de limón o lima y ginebra pasa a llamarse sílaba gintónica.


Xenofobia: nacionalismo.

lunes, 18 de diciembre de 2017

LA DUDA

Tras tres días, en los que todo giró en torno al hospital, por fin había podido dormir en su casa. Sus hijos habían llegado y, a pesar de su insistencia, se impuso, los recién llegados impusieron, un sistema de turnos para no dejar sola a su  madre en el centro hospitalario en el que estaba ingresada. 
Había protestado, e intentado negarse, pero era consciente de su gran cansancio y de la necesidad que tenía de pasar unas horas en su casa, en su cama, alejado de la habitación donde yacía su esposa, desconectado, en la medida de lo posible, de aquel entorno.
Cuando la melodía de su teléfono móvil sonó se temió lo peor. Y acertó. Su hijo mayor, Santiago, le comunicó, de manera escueta, casi indolora, que su mujer, "mamá", acababa de fallecer. A continuación dijo algo más, pero el golpe que sintió le dejó noqueado durante un rato y no fue capaz de escuchar más que una retahíla de sonidos sin significado alguno.
Vacío, sólo había vacío en su interior. Ni dolor ni tristeza ni desesperación, sólo vacío, recubierto de una especie de película ambarina, que actuaba como un sello estanco sobre lo que ocurría en el mundo circundante.
Se vistió. Salió de su casa. Cerró la puerta con llave. Descendió las escaleras. Salió a la calle. Se dirigió hacia el lugar donde se encontraba aparcado su automóvil. Montó en su coche. Arrancó el vehículo. Comenzó a conducir.
Sentía que todo formaba parte de una película, en la que el protagonista tenía su mismo cuerpo y hacía las mismas cosas que él, pero, en realidad, él se encontraba a una gran distancia, dentro de un vacío infinito, encerrado en una sustancia viscosa y amarillenta, que preservaba ese vacío de otros sentimientos, que habrían de llegar.
Detenido, esperando que un semáforo le permitiese seguir su camino, pensó en ella. Ella, su esposa durante cuarenta y dos años. La madre de sus tres hijos. La primera persona que vio durante buena parte de su vida cuando se despertaba. La mujer de la que se enamoró. Ella, que se había ido para siempre. Y fue en ese momento cuando, por primera vez, sus ojos se llenaron de lágrimas, que apenas le dejaron ver que el disco inferior verde se había iluminado, indicando que debía seguir su marcha. Cuando cesó el llanto silencioso no pudo evitar sentirse culpable, no había estado en el último momento, para despedirse de ella. Consideraba que la había fallado. Durante unos minutos el sentimiento de culpabilidad pudo más que la pena o el dolor. "¿Por qué se había a casa a descansar? ¿Por qué había hecho caso a sus hijos? ¿Por qué...?" Porque las cosas ocurren así; sin más. Fue la respuesta definitiva que acalló tanta duda y le hizo pasar esa página.
La siguiente página se abrió de manera inmediata, ante otro semáforo en rojo. Recordó cuando Paula le comunicó que iba a ser padre... por primera vez. Ambos llevaban casi un año persiguiéndolo y, por fin, lo habían conseguido. Se abrazaron y a él, como hace un momento, los ojos se le humedecieron. Santiago estaba en camino.
Cuando, meses después, acomodó, por primera vez, entre sus brazos el minúsculo cuerpo de Santiago sintió como le  inundaba una sensación desconocida hasta ese momento y que no dudó en identificar, tiempo después, con la felicidad. Recordaba la sala donde su hijo se encontraba él sólo, tras la cesárea a la que fue sometida ella. Lloraba, iluminado por una luz amarilla, con un pañal como toda ropa. Pero el llanto cesó, de manera sorprendente, cuando él, mientras franqueaba la puerta, llamaba a ese niño por su nombre. Lo recordaba como si lo viviese ahora mismo. Pero... Santiago seguía allí, esperándole en ese mismo hospital donde había nacido, para acompañarle a ver a su madre, su esposa, a Paula, que ya no estaba.
Y, de nuevo, vacío. Sólo vació de ámbar.
No sabía si quería llegar al hospital o seguir conduciendo sin fin envuelto en esa situación ingrávida, en la que volvieron a florecer recuerdos. El nacimiento de su segundo hijo, Andrés, el de Paula, la tercera y última. La compra de una nueva casa, su actual hogar, para que los cinco pudiesen tener su propio espacio. Su trabajo, ese trabajo que odiaba; que deseaba dejar por encima de todas las cosas, pero que ella le impedía abandonar: "porque les aportaba la seguridad económica que necesitaban".
Resultaba una paradoja que, recién jubilado, ella hubiese partido para siempre. Siempre soñó que, llegado este momento, ellos harían todo aquello que habían deseado durante años, pero...
Odió durante décadas aquel despacho,a aquel jefe, a muchos de sus compañeros, aquella mentira que le ocupaba una infinidad de horas al día y que les permitía llevar buen nivel una vida, envidiable para muchos, pero que a él le impedía ver crecer a sus hijos. Odiaba las formalidades y la hipocresía, que ocultaba, bajo maneras impecables, la avaricia desmedida y el único objetivo de todo aquel entramado: la cuenta de resultados.
Cuando, tras el nacimiento de Andrés, él le explicó a Paula su intención de crear su propio negocio, llevaba un par de años dando vueltas al asunto. Había hecho cálculos, que incluían desde estudios de mercado, hasta la inversión inicial necesaria para arranca el proyecto, incluyendo otras cuestiones como el período de amortización de la inversión... Esos cálculos, revisados una y otra vez, indicaban que su ilusión era viable y que, a priori, su nueva ocupación le permitiría participar más en la vida diaria de su familia, cosa que ansiaba desde el nacimiento de su primer hijo. Pero ella consideró que una aventura no era lo mejor en ese momento. La firmeza de Paula fue tal, que él no consideró necesario exponer los datos que contradecían la convicción de su mujer. Calló y aceptó la postura de su mujer.
Nunca más volvió a hablar con ella de este tema.
Se encontró a sí mismo, de nuevo, esperando que otro semáforo cambiase de color. Cuando desapareció el color rojo del círculo superior su pensamiento se encontraba muy lejos en el tiempo; en esas vacaciones en familia, con los hijos pequeños y los padres de ella. El ruido continuo en la casa de los niños corriendo, gritando, pegándose en ocasiones, que en ocasiones impedía cumplir con el sagrado menester de la siesta. Las mismas conversaciones de sobremesa con su suegro. La misma casa, en el mismo lugar un año tras otros. La rutina estival durante quince días. Él también quiso hablar con ella de eso. Pero Paula "necesitaba pasar un tiempo con sus padres". Aquí acababa siempre el diálogo. Él jamás se atrevía a replicar que necesitaba conocer sitios nuevos, que sentía el deseo de hablar con personas desconocidas, de no ir siempre a los mismos chiringuitos del mismo paseo marítimo y que necesitaba estar a solas con su familia, para disfrutar de ella desde el primer minuto del día, hasta el último; cosa que su trabajo le impedía hacer el resto del año.
En realidad, hacía unos cuantos años que no iban de vacaciones con sus suegros, ellos ya no podían permitirse realizar viajes largos, aunque seguían alquilando un apartamento en aquella localidad, que tanto le gustaba a Paula, y allí pasaban "sus días de playa" todos los años; aunque ya sin sus hijos. Aún en esa circunstancia, no volvió a plantear su deseo de cambiar, de conocer nuevos lugares.
Debían quedar unos cinco minutos para llegar al hospital. De nuevo vacío. Por un momento pensó que esa sensación consistía en una preparación, en un ahorro de energía ante lo que se aproximaba. Desconocía lo que se iba a encontrar cuando llegase. Desconocía cuál sería su reacción cuando se encontrase con sus hijos. Con esos hijos con los que siempre quiso salir a andar en bici o a andar por el campo los domingos por la mañana, pero con los que casi lo hizo. Ése día era el único de la semana en el que el despertador no rasgaba su habitación a las seis y cuarto de la mañana. A fuer de ser sinceros los sábados lo hacía una hora más tarde. Él siempre quiso aprovechar ese día festivo para relacionarse de otra forma con sus hijos, pero la necesidad de descansar y la costumbre de quedar con los suegros para tomar el vermú y luego comer en su casa, convertían en inviable su anhelo. Durante una temporada se recriminó no despertarse antes e irse con sus hijos a andar en bici o a darse un garbeo no muy grande por el campo. Pero pronto comprendió que no daba más de sí y que la solución consistía en cambiar en los hábitos familiares, al menos uno o dos días al mes.
Aprovechó las vacaciones de verano para contar a Paula sus planes. Esta vez expuso todo lo que pensó, pero, otra vez, se chocó con la respuesta de ella: "Sus padres necesitaban estar con los nietos y Santiago, Andrés y Paula eran los únicos nietos que vivían cerca de ellos. Además, los nietos también necesitaban pasar tiempo con sus abuelos. Ella no había conocido a los suyos y sentía que le faltaba algo. No quería que a sus hijos les pasase lo mismo".
Él volvió a callar.
Sintió la sirena de una ambulancia acercándose. Miró a través del espejo retrovisor y vio como se acercaba hacia él a gran velocidad. Orilló su vehículo un poco y lo detuvo. Mientras la ambulancia pasaba veloz a su lado,  pensó que su vida junto a Paula no se asemejaba en casi nada a lo que habían planificado cuando su noviazgo ya iba camino de convertirse en matrimonio. Ni tan siquiera podía afirmar que había sido feliz a ratos. Sintió una nueva sensación en su interior, que le ahogaba. En ese instante surgió con fuerza una certeza: su vida continuaba, sin ella. En ese mismo momento surgió una duda: ¿sería capaz de vivir sin que alguien le dijese/impusiese lo que tenía que hacer?

jueves, 14 de diciembre de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (13-XII-2017)

Desconozco si a otros compañeros les pasa, pero yo estoy un poco cansado de escuchar cosas como: "Es que esto es típico de tal o cual centro". En realidad se refieren a las conductas de un grupo de docentes (no siempre deben ser todos) que hacen o deshacen esto o lo otro. He conocido caso que aquellas cosas "típicas" de determinados centros desaparecían, como por ensalmo, con la entrada de un nuevo equipo directivo, o cuando cierta gente se jubilaba. 
Esa moda de atribuir al nombre de un centro ciertos comportamientos denota, en mi modesta opinión, una falta de ganas de analizar por qué se hacen las cosas y, lo más importante, su utilidad. También deja entrever otra característica de ese tipo de entidades educativas: el poder de decisión real recae en personas, pocas o muchas, inmovilista, que utiliza la tradición como escudo refractario a las nuevas ideas, que pueden no ser mejores, pero que implican pensar, analizar y valorar la realidad en que se desenvuelve la institución. 
También puede generar un cierto malestar, que acaba en resignación, cuando existe un sector que pretende cambiar, experimentar cosas nuevas y sus ideas resultan cercenadas porque en el centro "siempre" se ha hecho tal o cual cosa. En otras palabras: tú opinión importa un carajo y mejor que te limites a ser un engranaje anónimo, y  a ser posible sonriente, de este engranaje que yo hago funcionar a mi manera. 
Cuando esto ocurre me pregunto: ¿Cómo cojones se puede poner en un Proyecto Educativo de Centro o en una Proyecto Curricular que los valores democráticos forman parte de los valores que debemos enseñar y transmitir a nuestros alumnos? A alguien se le olvidó que la mejor manera de enseñar es predicar con el ejemplo.
Hablando de democracia, en muchas ocasiones se nos olvida que esto que nos venden como democracia se compone de dos partes: derechos y deberes. Como en cualquier actividad de la vida resulta más fácil reivindicar lo que nos favorece, los derechos, obviando en muchas ocasiones lo que debemos dar a los demás, las obligaciones. Nuestros alumnos no resultan una excepción en este aspecto.
Tal vez, sólo tal vez, querido diario, deberíamos pensar en varios aspectos relativos a la función docente que podría acercar a nuestros alumnos a ser unos ciudadanos, no sé mis comprometidos, pero sí más conscientes de la realidad.
No se trata tanto de hacer un día dedicado a recordar que los niños tienen derechos, magnífica bufonada de un sistema regido por las formas, como a reflexionar sobre ello. Desde que un niño ingresa con tres años en el sistema educativo sabe que existen cosas que le gustan y otras que no le gustan. En el fondo está manifestando que tiene unos derechos: a su integridad, a ser escuchado, a jugar... y que los demás tienen unas obligaciones con respecto a él: no pegarle, escucharle, jugar con él. Es evidente que sus obligaciones no le resultan tan claras, aunque sepan, de manera más o menos difusa, que existen: deben ir al cole, no pegar a sus compañeros, respetar al maestro... Estas obligaciones, y estos derechos, siguen siendo, en esencia, los mismos durante toda la vida, aunque la capacidad de hacerlos explícitos mejora con el paso del tiempo; así como la capacidad de imbricar lo individual en lo colectivo, en lo social, también mejora. En otras palabras, partiendo de la experiencia personal, se ha de llegar a lo general.
Creo, querido diario, que explicitar esas normas, donde se incluyen derechos y deberes, desde pequeño, llegando a consensos mínimos de funcionamiento, incluidas las sanciones por incumplir las obligaciones, puede mejorar la comprensión del funcionamiento social, y de una sociedad democrática. Se trata de hacer claro qué es lo que pretendemos y como vamos a abordar los problemas.
Por otra parte, resultaría interesante inculcar la posibilidad, y la necesidad, de que las normas no resultan inamovibles. Mediante consenso podemos cambiar ciertas cuestiones. Además, esta modificación también puede llevar aparejado algo como la causalidad. Si cambio una norma algo va a ser distinto, pudiendo no ser mejor que lo anterior, o pudiendo tener mejoras en algún aspecto y perjuicios en otros. Inculcar en el alumno que no existe nada perfecto también puede resultar algo importante para comprender mejor el funcionamiento social.
Con todo este proceso se pretende conseguir una mejor comprensión de la vida en sociedad, que no se debe reducir a estudiar en determinados cursos que existen tales o cuales leyes nacionales o internacionales y, por otra parte, ese adoctrinamiento estúpido que consiste en utilizar palabras fetiche para posicionar a unos y a otros. Parece que con decir democracia, igualdad, solidaridad... ya basta y todo lo que se ampare bajo ese paraguas, muchas veces de manera interesada, es bueno per se. Lo que no siempre es así.
 Debemos buscar que nuestros alumnos analicen, piensen, sepan que convivir se construye y que ellos pueden, y deben, construir esa convivencia. Pero, ante todo, debemos crear en nuestros alumnos la convicción de que no existen mesías ni palabras mágicas que permitan todo.
Me ha salido una entrada, querido diario, muy política; aunque, ahora que lo pienso, en este mundo de la Educación, ¿no es todo Política? Desde la transmisión de contenidos, hasta los valores, pasando por el tipo de individuo que queremos construir.
Esto empieza a parecer un mitin. Creo que va llegando la hora de cerrar esta página del diario y no avanzar hacia la vacuidad, que esgrimen como arma los políticos profesionales.
Querido diario, nos vemos pronto.

jueves, 7 de diciembre de 2017

GRATITUD

Escuchaba su conversación, que suponía interesante para él, y sólo sentía un vacío neutro, despojado de interés y de emoción alguna. En ese momento comprendió que esa persona, situada frente a ellas, se encontraba a una distancia infinita, imposible de salvar. Interiorizó, sin necesidad de reflexionar sobre ello, que cualquier esfuerzo por anular esa lejanía resultaría un esfuerzo absurdo, condenado al fracaso de antemano. 
Se levantó de su silla e interrumpió el monólogo que él llevaba desgranando durante casi diez minutos, para decir: "Me voy de casa. No siento nada por ti. En media hora tendré hecha mi maleta y abandonaré esta casa para siempre. Sólo me llevaré lo indispensable. No quiero nada más. No me busques. No me llames. No te necesito. Ya no me aportas nada, ni negativo ni positivo". 
Habían pasado más de veinte años desde que pronunció esas frases concisas y tajantes, que se convirtieron en el preludio de su nueva vida. No había planificado nada. Salió de casa, llamó a su hermana menor, para que la acogiera de manera provisional, y, una vez solucionado su problema más acuciante, se dedicó a realizar lo que ella consideraba necesario para llenar su vida.
Lo único que no varió fue su trabajo, que la permitía tener una estabilidad económica, a pesar de no sentirse realizada en él dese hacía varios años; pero sabía que, por el momento, ese constituía un peaje necesario para poder llevar a cabo el resto de planes.
Cuando encontró un pequeño apartamento de alquiler, que satisfacía todas sus necesidades, y abandonó la casa de su hermana, sintió, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de libertad, que descubrió necesitaba, tanto o más, que beber o alimentarse. Sin embargo, no tardó mucho en aparecer también la soledad de las mañanas sin un buenos días; la soledad del silencio en el hogar; la soledad de las comidas y las cenas de un único comensal. La soledad de no tener la costumbre de conocer la soledad.
Tal vez esa época fue la más complicada para ella. Pensó, repetidas veces, dar marcha atrás y volver con él, pero su orgullo, y el pavor, que la provocaba el retorno con la cabeza gacha, pudo más que el silencio de los días en que estar sola pesaba como una lápida en vida.
Con el paso del tiempo su círculo de relaciones cambió bastante y empezaron a aparecer hombres, de una edad parecida a la suya. En un principio se sintió reconfortada. Hombres atractivos, y menos atractivos, con los que poder hablar, cenar, bailar, practicar sexo, o a los que poder negárselo, pasaron por su vida. En ese instante no concebía cómo podía haber estado encerrada en una relación anodina y sin futuro, que la privaba de ese entusiasmo y esa alegría que la hacían sentirse atractiva y deseable. Es cierto que en ese tiempo también hubo fracasos, con algunos hombres que le resultaban interesantes, pero pronto tuvo claro que la mancha de la mora, con otra verde se quita. 
Ese tiempo sirvió para mostrarla el interés que aún despertaba en los hombres y que existía una forma de estar diferente, en la que casi cualquier locura tenía cabida, incluido el aspecto sexual.
Pero esa etapa, igual que llegó, se desvaneció. Sin pretenderlo, sin avisar de ello. Y volvieron a hacerse notar los cubiertos para uno, los amaneceres sin abrazos y la música tapando silencios. Resultó casi inevitable volver a plantearse si haber cerrado la puerta de su casa con una maleta, y la necesidad, constituía la mejor opción. De nuevo, resultó inevitable pensar que no había posibilidad, ni necesidad, de volver atrás.
Esa etapa la sirvió para conocerse a ella misma. Se dio cuenta de que no había tenido ocasión de ello en toda su vida. La niñez y la adolescencia no se prestaban a una reflexión pausada. El noviazgo y la convivencia con su expareja tampoco propiciaban, ni hacían necesaria, plantearse nada en ese aspecto y los últimos tiempos habían estado marcados por la urgencia y la necesidad de satisfacer pasiones inmediatas.
En aquel tiempo adquirió conciencia de la necesidad que tenía de no hacerse daño. No se trataba de ese concepto tan de moda que se basaba en no quererse o en que alguien disponga, en cierta forma, de tu vida. Más bien se podía definir como la necesidad que sentía de no perder el tiempo en pos de quimeras.
Poco tiempo después también acuñó, como divisa propia, la necesidad de no cerrar la posibilidad de vivir aquello que apetece, aunque, de antemano, ella vislumbrase la posibilidad de fracaso al embarcarse en cualquier empresa o relación. No le importaba el fracaso, que cada vez sabía tolerar mejor.
No hacerse daño y no renunciar a nada la llevaron a nuevas experiencias, no siempre exitosas, que la permitieron conocer y sentir nuevas sensaciones. Muchas veces no se trataba de algo excepcional, al menos desde su punto de vista, pero sí eran nuevas experiencias, que iban desde conocer entornos y personas diferentes, abordar tipos distintos de relaciones o aprender nuevas, y más efectivas, formas de encarar los problemas y la frustración.
El recuerdo de todo ello le asaltaba ahora, casi treinta años después de anunciar su partida del que fue su hogar y de la que fue su forma de vida. Ahora, en la misma habitación en la que comunicó su marcha a aquel hombre moribundo, del que había venido a despedirse, sentía gratitud hacia él. Gratitud por no oponerse a sus planes. Gratitud por mostrarla, de manera involuntaria, lo que no necesitaba en su vida. Gratitud por no haberse intentando ponerse en contacto con ella desde que cerró la puerta del que fue su hogar. Gratitud por permitirla ser lo que ella era en este mismo momento.
Ahora sabía que él fue siempre un hombre bueno al que quería mucho por ello, pero al que nunca amó.

POR DEBAJO, LA CLAVE DEL ÉXITO

"La libertad ha existido siempre,
pero unas veces como privilegio de algunos,
otras veces como derecho de todos".

Karl Marx

Hace un año, más o menos, escuchaba a gente de procedencia hispana justificando su voto a favor de Donald Trump, un candidato que mostraba su rechazo a la inmigración, en especial a la que provenía de los países situados al sur. Su defensa de la causa Trump no me sorprendió, al contrario, me pareció de manual (lo cual no significa que comparta las tesis). Los entrevistados pensaban que los inmigrantes ilegales, de procedencia hispana como ellos, iban a aprovecharse de lo que Estados Unidos les podía ofrecer, y que a ellos, con un cierto estatus económico, les había costado dios y ayuda conseguir. No sólo eso, tras la aseveración se escondía la idea de que la gente que atravesaba la frontera poseía la intención, de una u otra forma, de delinquir. 
El lector pondrá sentir que los seguidores del millonario que ocupa la Casa Blanca eran unos bichos raros, sin dos dedos de frente. Por desgracia, la primera afirmación resulta errónea: no se trata de bichos raros. Más bien al contrario; en todos los lugares existen personas, muchas, con un pensamiento similar. 
El esquema de pensamiento de esta gente resulta muy simple: he conseguido un cierto estatus socio-económico (luchando), que aquellos que están más abajo en la escala pueden, y "seguro" que desean, quitarme.
Por supuesto, lo de alcanzar un estatus socio-económico resulta subjetivo. Lo que para alguien puede ser un gran logro, un gran estatus, para otros puede ser un lugar bajo de la escala. En realidad, en lo alto de la escala se sitúan muy pocos. Un ramillete de gente, que en muchos casos ha heredado su suerte, conforman esa cúspide; el resto luchamos por los despojos, a repartir entre muchos. El gran éxito de esa élite consiste en hacer creer a mucha gente que han alcanzado un estatus "especial", fruto de su lucha. En realidad, muchos de ellos dependen de su trabajo para poder ir viviendo. Lo único que les diferencia de otros es que, por el momento, pueden comprarse un coche o una casa un poco más cara; pero como demostró la crisis (estafa), todo es susceptible de cambiar rápidamente; al menos para los que no conforman la verdadera élite.
Intuyo que existe una predisposición, por parte de buena parte de esa gente, a creerse la repera, lo que con una buen sistema de propaganda para transmitir una serie de valores resulta determinante. Estas creencias, fruto de la propaganda, resultan determinantes para menospreciar al "inferior", que, en el fondo, es un competidor por ese nicho socio-económico que ocupa el "triunfador". Hacer creer que se ha llegado a un lugar porque se ha luchado por ello, cuando en realidad, en la mayoría de los casos, se ha adquirido un cierto nivel de vida porque se ha trabajado como una mula, en muchas ocasiones para beneficio de otra gente, renunciando a otros aspectos de la vida, supone un éxito de la propaganda neoliberal. La realidad dice que dedicando muchas horas de tu vida a trabajar tienes la posibilidad  de mejorar tu nivel económico, pero nadie puede asegurar que lo conseguirás (de hecho mucha gente se queda por el camino). Y es aquí donde aparece el segundo axioma del neoliberalismo: ser el elegido.
Mucha gente se queda por el camino, pero los que han llegado arriba, o un poco más arriba de donde estaban, lo han conseguido por su talento, por su capacidad, por su inteligencia, porque tienen un don, porque son mejores que los otros y nacieron así. Por una especie de determinismo económico que los demás no tenemos. 
Este aspecto de la predisposición resulta mucho más importante de lo que pudiera parecer, pues justifica pensar que los que se encuentran más abajo en la escala se encuentran allí porque no tienen una serie de cualidades que los elegidos sí tienen. Ello permite pensar a estos "triunfadores" que los que se encuentran por debajo sólo ansían su suerte y su capital, no dudando en conseguirlo, si fuera menester, delinquiendo.
Este razonamiento no sólo sirve para entender por qué cierta gente vota a tal o cual partido, también sirve para explicar otros comportamientos, más cotidianos, pero basados en un esquema de pensamiento similar. 
Existe un pensamiento bastante extendido que defiende la supremacía de los servicios privados sobre los públicos. El razonamiento último del asunto no se basa en datos objetivos. Más bien se trata de la idea de acceder a una serie de servicios  que cierta gente, con menos recursos, no puede, o no le dejan, utilizar. Como he dicho no se basa en datos objetivos, de nuevo la propaganda tiene parte de la culpa. La propaganda y la ignorancia de ciertas personas. 
Sobre lo que yo conozco un poco más, la Educación, he oído burradas, defendidas como verdades absolutas, por personas que son capaces de rebatir aquello que vives y conoces. Podría poner ejemplos, no lo voy a hacer, pero lo que sí he podido comprobar que la propaganda, que ahonda de manera intencionada en la ignorancia, junto con ese aura de triunfador, del que hablaba más arriba resulta una mezcolanza explosiva. Sin embargo, los verdaderos triunfadores llevarán a sus hijos a colegios que jamás podrán pagar esos triunfadores. Colegios en los que conocerán a otros niños que acabarán conformando la élite de este país. Los "triunfadores".
Cuando me planteaba esta entrada pensaba en el éxito del neoliberalismo, creando falsos triunfadores,;en la ignorancia e insolidaridad de determinada gente que no tiene nada más que su trabajo; en como cierta gente no quiere, no necesita, cambiar nada a fondo, porque se/les han convencido de que tienen una forma de vida maravillosa y hay gente que ya quisiera tener ese estatus. En el fondo pensaba que ese caldo denso que es la ignorancia nos hace peores como sociedad, porque quien de verdad nos quita lo poco que tenemos es el de arriba, que hace que tengamos poco, cuando, con nuestro trabajo, deberíamos tener lo nuestro y lo que se queda él. Pero la propaganda ha conseguido que nos creamos que lo mejor es tener gente por debajo, a la que pode despreciar.
Un saludo.

lunes, 4 de diciembre de 2017

VOY A DAR UNA CHARLA

"Lo que más indigna al charlatán
es alguien silencioso y digno".

Juan Ramón Jiménez. 
 

Me llama la atención, de manera poderosa, la proliferación de charlas, no confundir con conferencias, que a veces también son charlas, por doquier. Charlas dirigidas a niños, a adultos, a ancianos, a veganos, a amantes del chuletón,  a artistas en ciernes, a emprendedores, también en ciernes, a veces cercenados, a deportistas, a amantes del sillónball y a todo aquél que pase por ahí. 
Creo necesario aclarar que el concepto de charla no siempre resulta peyorativo. A veces, más bien al contrario, supone realizar un acto de formación necesario sin gran boato ni alharacas, yendo al grano y no haciendo perder el tiempo al personal que acude a dicha charla.
Existe otro tipo de charla, vinculada, por lo general, con cuestiones relativas al arte, donde no existe una necesidad de llegar a conclusiones ni cubrir objetivos. Se trata de pasar un rato agradable en torno a un autor, cuadro, libro...
Sin embargo, podemos encontrarnos con una tipología de charla, tal vez la más extendida, que se caracteriza por su pretenciosidad. Los charlatanes pretenden cambiar ideas, en teoría arraigadas con fuerza en el oyente, con la única herramienta de la palabra. 
Estos magos del vocablo suelen formar parte de un circuito, que vive de las subvenciones, cuyo único objetivo es expandir la idea que han vendido como buena a algún paniaguado político, que debe buscar clientes que le deban favores para intentar asegurar su próxima reeleción, cuando no para conseguir su planificado ascenso.
Existen ciertos temas, en los que el dinero procedente de Europa ( en realidad procede de nuestros impuestos, no olvidemos que España es contribuyente neto de la UE) se destina (despilfarra) a realizar campañas de sensibilización que, en general, sólo sirven para crear un lenguaje cargado de eufemismos, en el que los propios charlatanes son faros de luz y vigilantes de la ortodoxia. 
No puedo evitar sentir rabia y frustración cuando estos charlatanes a sueldo de nuestros impuestos largan una charla, siempre la misma, importando poco el auditorio, comprueban que sus premisas iniciales chocan con la realidad. Aún así, ellos siguen con sus planteamientos y su mismo discurso frente a un conjunto de escuchantes atrapados por el horario escolar, la necesidad de acudir a la charla o la vergüenza que genera levantarse e irse. 
No existe la necesidad de adaptarse al receptor porque todo se reduce a rellenar un informe que jutifique que el discurso se ha largado en un lugar determinado a un colectivo determinado. 
Recuerdo como un docente se quejaba de unos charlatanes que habían vuelto al centro, a su clase, días después de su charla inicial para hacer un juego, un bingo algo que no había interesado lo más mínimo a los alumnos destinatarios de tales conocimientos. Por supuesto, los fulanos vivían de las subvenciones, de su dinero y el mío, querido lector.
La idea de cambiar mentalidades, esquemas de funcionamiento, por lo general implícitos, parece presidir todo este bombardeo deslabazado de charlatanes varios. Resulta curioso que ni tan siquiera se molesten en detectar de manera previa las condiciones iniciales de los destinatarios de sus mensajes. Charla sobre... y no importa que los niños, adultos, etc... tengan o no esa necesidad. 
Recuerdo una charla sobre seguridad laboral a la que asistí, en la que me decían que coger un paquete de folios puede ser un riesgo, mientras en la planta baja del lugar donde estaban impartiendo la charla los obreros trabajaban con radiales, que dejaban en el suelo enchufadas. Ni una puta referencia al asunto. Venían con su charla. 
Como vienen con su charla de la igualdad a los centros y cuando ven que muchos padres si se reparten las tareas siguen con su discurso de la desigualdad en el hogar o en los colegios (donde en Educación Infantil los niños juegan en los rincones con cocinitas o con coches, en función de sus gustos y de sus apetencias ese día), pero siguen hablando de desigualdad entre niños y niñas en el sistema educativo. 
Resulta obvio que este reparto de dinero, por lo general entre gente de la cuerda, se produce, como se producía en los cursos de formación, porque no existe control real de lo que se hace y, sobre todo, sobre los resultados finales. Ni tan siquiera existe un control inicial, porque de otro modo se sabría que para cambiar mentalidades debe existir el conflicto cognitivo, y las charlas no sirven para que eso ocurra. Lo que se logra, a lo sumo es el adoctrinamiento, no cambiando los patrones de comportamiento de la gente, aunque, de puertas para afuera se aparente hacerlo. Para que nos entendamos, es como ese tipo que dice seguir una religión y, en secreto, obra de una manera que contradice todo lo que defiende en público.
Cada día estoy más convencido de que existe dinero para hacer muchas cosas, muchas más de las que creemos y para beneficiar a mucha gente, pero existen muchos charlatanes que necesitan vivir, restando recursos a quien lo necesita de verdad. Pero, tal vez, esa idea sólo sea parte del discurso de este humilde bloguero y charlatán. 
Un saludo.